JAUJA. LISANDRO ALONSO 2014.

El primer largometraje abiertamente ficcional de Lisandro Alonso, es un universo confuso, esotérico, con reminiscencias lynchianas ( secuencia en la cueva), con paisajes, cromatismo y protagonista fordianos, en un ejercicio de estilo sobre el tiempo, las elipsis temporales y otras meditaciones. Argumento que habría encantado al Borges creador de ruinas circulares (o quizás de senderos que se bifurcan), la película de Alonso nos conduce por un alucinado (y amenazador) paisaje. Un paseo por el amor y la muerte. Desde la desasosegadora Picnic en Hanging Rock, el paisaje no presentaba estas connotaciones de inquietante crueldad, que acechan al antihéroe interpretado con excelencia por Vigo Mortensen, y que adquieren matices de fisicidad en este microcosmos de pesadilla, en que el único momento de sosiego que encuentra, es cuando descansa en lo alto de la colina. La odisea del oficial danés, que permite a Mortensen hablar por primera vez en este idioma, es un éxodo interior hacia múltiples lecturas, en un paisaje entendido como amenaza en su quietud milenaria.

Es, por cierto, éste el primero de los escasos momentos en que escuchamos la banda sonora. Hasta ese instante el único soundtrack de la cinta es el obsesivo y amenazante viento, que habita como un personaje más, en la vida de los protagonistas. Escasa, pero hermosa y eficiente musica, compuesta por el actor y merecedora de halagos. Interpretadas por el guitarrista Buckethead, con piezas extraídas del séptimo álbum del actor llamadado Please Tomorrow. Las obras Sunrise Moonset son el único pentagrama (aparte de la naturaleza) presente en el film. El director elige la morosidad narrativa como estilo, filmando larguísimos planos-secuencia que espantarán al espectador palomitero o adocenado, incluso el desarrollo fuera de campo de las actividades, mientras la cámara nos muestra un hermoso retazo de paisaje en modo estático.

En este western patagónico, el paisaje adquiere personalidad propia. El mar, los acantilados, los áridos pedregales donde el espectador sufre con el padre que busca a su hija, la agonía de lo desconocido a tempo lento. Planos pictóricos y meditativos en que los personajes se mueven como en un lienzo, huyendo del primer plano o el montaje adrenalínico, rodeados de un horizonte como ente vivo, que condiciona sus afectos y esperanzas. Dos objetos: un reloj y un soldadito, sirven como puente comunicador entre dos mundos. Jugando con la teoría de la relatividad y la leyenda de Jauja (mítico paraíso terrenal) nos envuelve en un peregrinaje a ninguna parte, angustioso, obsesivo, donde el enemigo es la naturaleza, ese paisaje inhóspito y cruel, que ralentiza el éxodo dilatado del oficial danés en busca de su hija. Hasta que el drama humano entra a saco en el terreno del realismo mágico en la escena de la cueva.  Primera obra de Lisandro Alonso con estrella cinematográfica y acercamiento a lo narrativo (obviamente, sin olvidar lo experimental) en una historia de época que (de soslayo) nos habla del extermino de los indígenas en la época de la Conquista del Desierto en Patagonia. Tras realizar Los MuertosLa LibertadFantasma Liverpool, el argentino narra la huída de ese soldado criollo y petiso con la hija del militar (Mortensen) y la angustia del padre recorriendo paisajes lunares, careciendo de la épica al uso de Centauros del Desierto.

De hecho el personaje es tremendamente humano, se cae cuando intenta montar; escasamente marcial; le roban el armamento, etc. Pero le sostiene esa voluntad de los héroes fordianos, que le llevará finalmente a un universo paralelo, dónde todo es posible. La trama minimalista culmina en un instante borgiano donde se entremezclan el espacio y el tiempo mediante los objetos antes aludidos. Guión arriesgado (paradojas temporales) fotografía de una poesía desoladora, utilización del sonido (viento, marea) como banda sonora, para mostrarnos un ser humano preso en el paisaje y el desasosiego de la pérdida. No es nuevo en el cine de Alonso este humano éxodo.

Ya el marinero de Liverpool o el protagonista de Los Muertos vagan errantes. Aunque el sendero de Jauja es mucho más místico y meditativo. Jauja se presenta en dos formatos diferentes según la sala, por lo que algunos espectadores se encontraran con un angosto 4:3, en formato vignette, de setenteros bordes sin esquinas, que reforzará aún más la sensación de irrealidad. La excelente fotografía de Timo Salminen (operador de Aki Kaurismaki) compone paisajes irreales, de un intenso desasosiego. No es esta road movie patagónica un producto de fácil digestión. Dotada de un lirismo cruel, este souther osado, que pasa por el existencialismo de Monte Hellman, no gustará a los espectadores que no consigan atrapar la atmósfera de cuento de hadas desamparado, desasosegante, de expresionista iluminación, con referencias a los lienzos del pintor Cándido López. Nada que no haya sido antes visto en el cine de Lisandro Alonso. La búsqueda del reencuentro familiar en Los Muertos.

El minimalismo narrativo o estético conseguido en el hombre hachando árboles de La Libertad, retomado en otras latitudes en Liverpool. Todos los estilemas de Alonso se hallan en esta película, la más compleja, del director, con coda final sorprendente y metafísica, de borgeano universo. El enfrentamiento entre la racionalidad europea del oficial con el amenazador paisaje austral, le lleva a abismarse en su soledad pampera, en la búsqueda improbable de la hija en un mundo mineral. Terra Incognita que amenaza con devorarlo y condenarlo al olvido en versión gaucha. El guión de Fabian Casas nace en el hermoso cuadro inicial (Mortessen de espaldas junto a su hija) luz antinatural, pictórica composición donde éste le pregunta que clase de perro le gustaría tener. “Uno que me siga a todas partes”. El extraño animal conducirá después al perdido nómada a la cueva de la anciana y reaparecerá en el epílogo cerrando el círculo de afecto paternofilial. Dilatación del tiempo como en el más puro Tarkovsky, del plano y del contenido. Nada nuevo. Ya el protagonista de Los Muertos remaba durante varios minutos o el marino de Liverpool se alimentaba sin prisas durante una eternidad. Es la marca de Alonso, un indie que roza la técnica documental, narra con intimismo, con personajes en perpetuo éxodo de si mismos, con un ritmo más emocional que cinematográfico. Esta fábula de colores fríos y envueltos en formato de postal antigua, rodada en exteriores habla de la soledad frente a la naturaleza indomable, frente a lo desconocido. Del amor paterno. Y lo hace desde un deleite estético, capaz de extraer la terrible belleza de lo desconocido. De la naturaleza amenazante e indomable.

Con la excusa anecdótica del país de Jauja, este western ultracrepuscular y desmitificador, nos introduce en la esperanza más allá de toda lógica, teniendo como arma el silencio y la voluntad inconquistable. Un hipnótico viaje al corazón de las tinieblas, realizado tras la frase que guía todos sus actos. La pregunta que la anciana le formula: ¿Qué es lo que hace que la vida funcione y siga adelante? Dos sueños que se confunden en la coda final de esta quijotesca epopeya, donde vale tanto el intentar como el conseguir. Bienvenidos al jardín de senderos que se bifurcan.

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