Allí donde los árboles tocan el cielo, de Lluna Vicens
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Tercer libro de prosa poética de Lluna Vicens, tras Doce días, una vida y El habitáculo, y dedicado a su desaparecido padre de quien toma precisamente el título por una frase que le decía cuando ella, de niña, le preguntaba cuánto faltaba para llegar a destino: Allí donde los árboles tocan el cielo. El prólogo es una hermosa alegoría sobre su muerte, lleno de ternura, en el que la autora cambia la palabra muerte por vida: El día que viviste fue un día como hoy: era de noche, el hospital estaba cerrado a las visitas, la familia inquieta, el corazón al borde, la vida llovió hacia dentro, mojó los bancos, los pasillos y hasta las sábanas del hospital. La vida sacudió las plantas que no tenía, la vida dio un golpe en seco, vida inquieta, vida al borde. Y, a partir de ahí, una serie de textos breves y contundentes, de una belleza e intensidad sin paliativos, que se abren en su encabezamiento con el nombre científico de árboles que no están cogidos al azar.
El amor y la pasión incendiaria ocupan buena parte del libro: De toda la belleza que me has mostrado haré un cofre donde guardar todos los momentos que hemos compartido. De tus caricias construiré un tejado y me refugiare en los días que no estés a mi lado, y del calor de sus tejas me calentaré como sí fueran tus abrazos. Hay referencias constantes al ser amado: Nunca te dije que tu cabello blanco era suave como la seda, que al salir de la ducha a veces me olías como a césped recién cortado, que nunca fui poeta, que me asustaba pensar que esto terminara, que habría dado mi vida por ti, y no quería quedar ni sin ti, ¿me crees?
Amor que duele, romántico, tempestuoso: Últimamente, tu recuerdo me pega dentelladas cada vez que intento aferrarme a tu ausencia, y se me escapa un aullido de dolor lleno de nostalgia desde el fondo del alma. Amor entretejido en un exquisito erotismo de alto voltaje: Hilos de plata brillarán en la oscuridad atravesando sus muslos, camino marcado minutos antes por su lengua tibia y húmeda, la de él, desde el ombligo hasta el centro de sus caderas. Amor en la entrega física al ser amado: Mi cuerpo fue un territorio de revelaciones, abriéndose y desplegándose entero para tu divina exploración.
La capacidad que tiene Lluna Vicens para crear con las palabras exactas, y rehuyendo los adjetivos, imágenes de una belleza impactante resulta prodigiosa: Soy uno de tantos corazones que de noche aúlla sobre las cornisas, reclamando al universo la tibieza de una caricia. Y lo hace sin un gramo de impostación, a corazón abierto, dejando que fluyan las palabras de su mismísimo interior: Dime que nunca dejarás de buscarme cuando apagues la luz, cuando se agoten los filamentos de las bombillas, cuando la vida te cambie los planes y tu librito de bailes esté repleto.
El amor la aturde, la deja noqueada por su intensidad, y eso sabe transmitirlo con una lucidez extraordinaria la autora en sus breves textos: Hoy al igual que ayer me pesan las palabras, tan pesadas que hasta mi caminar se ha vuelto lento. Ya no puedo impulsar tus labios para que dibujes aquella sonrisa que tanto me gustaba. Siento abrirse el suelo bajo mis pies, por donde se están perdiendo todas las ideas antes de llegar a mi boca.
A veces la prosa poética de Lluna Vicens se torna música, adquiere ritmo puede ser tarareada como letra de una canción: Besos que rompen, recortan, saltan por los ríos, cruzan, hieren. Besos que irrumpen, acarrean, enlazan, reposan, ruedan, se inventan. Besos. Solo besos. En las manos, en las casas, en los cristales, en la boca, en el espejo, en los templos.
Y la literatura como tabla de salvación de la poeta, y un halo de romanticismo desatado impregna todo el texto: … nadie sabe que hay dentro de mí una pequeña y clásica Charlotte Brönte. Una escritora nata, dotada de una increíble fuerza expresiva, de la que brotan las palabras de forma torrencial como ella misma reconoce: Nunca he sido escritora pero, es que a cada segundo me nacen frases y aunque muchos no lo comprendáis no puedo resistirme… Una escritora de los sentimientos y de las emociones: Ahora ya no escribo letras, ahora escribo sentimientos que guardo en mi memoria, en ellas voy recapitulando mi vida con viejas historias, tan viejas y gastadas como mi alma cansada.
Lluna Vicens escribe su canto al amor con un lenguaje directo, un sentido del ritmo extraordinario y tocada por alguna gracia divina para encontrar siempre la palabra exacta que de la cabeza vaya directamente al corazón: es una poeta nata, sin escuela, libre y profunda, a la que se la oye respirar en cada uno de sus textos.
Cuando solo en la orilla lleguen las algas y el resto de algún naufragio, me seguiré sentando para estar a solas con mis pensamientos, seguirás trayéndome tu música y algún que otro recuerdo.