Opinar: un deporte de riesgo
Opinar se está convirtiendo en un deporte de alto riesgo en este país. Exponer una idea puede llegar a convertirse en un ejercicio de audacia y osadía sin par. La corrección política se está convirtiendo; a pasos agigantados; en otra forma de censura, más peligrosa incluso que la tradicional. Abrir la boca, o valorar una opinión, requiere del certificado de autorización del correspondiente burgo, colectivo o gremio, amén del níhil óbstat” del talibán de turno, que nos permitirá ejercer nuestra libertad de expresión La mojigatería y la gilipollez campan a sus anchas por una sociedad que se la coge con papel de fumar. Este ejercicio de autocomplacencia, ya sea lingüística ,o de cualquier otro matiz, que propugna el lobby de lo políticamente correcto, es de una puerilidad latente. Cualquier sustantivo o adjetivo, puede provocar que el talibancillo se rasgue las vestiduras y convoque una cruzada mediática. Los nuevos inquisidores ya no llevan vestiduras talares, ahora adoptan el disfraz del buenrollismo y el flower power. Esta caza de brujas va adquiriendo tintes del surrealismo más atroz. Antes de opinar sobre un evento histórico hay que repasar las distintas posibilidades de que alguien se sienta ofendido por un suceso de hace cientos de años, o temer la interpretación literal de un adjetivo. Hay que andar de puntillas sobre cualquier opinión. Caminamos hacia el oscurantismo lingüístico y visual. Expresarse en términos como “este asunto está bastante oscuro”, puede acarrearte un litigio con el gremio de Noctámbulos Ibéricos (GNI). Decir de algo que es una gilipollez” iría seguido de una denuncia de la Asamblea Virtual de Gilipollas Vocacionales (AVGV). Este mito del espacio seguro donde nadie te puede ofender conduce al infantilismo social, a una actitud servil con aquellos que tienen la sensibilidad a flor de piel y al peloteo mediático. Es imposible; y poco recomendable; el pensamiento único. No es factible el establecimiento de fronteras en lo personal. Todos los ciudadanos no tienen las mismas ideas, el libre discurso forma parte del juego de la libertad. El respeto, no tiene nada que ver con la gazmoñería y el melindre que se estila en los mass media, con la hipersensibilidad que se trata de imponer en conversaciones y círculos. Olvidamos que, aunque la palabra es un arma poderosa, está sujeta al concepto. Muchas veces ambos no coinciden, salvo en las mentes de los modernos inquisidores, que tratan de tranquilizar conciencias señoreando el lenguaje. Tratando de imponer ideologías y sectarismos con el arma de la semántica. Caminamos hacia una sociedad trivial y pueril, donde la blandenguería sustituye la inteligencia, la inmadurez al librepensamiento y la imposición envenena el diálogo. Lo más grave es que en esta absurda partida de ajedrez no puedes abstenerte. Esta abstención también podría ser interpretada como ofensiva por algún gremio, burgo o colectivo !País!
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Diego Del Moral Martínez y Álvaro Meléndez
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