«El inicio del mundo», de Manuel J. Ruiz Torres

Por Jose Rasero

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Tras Cartas a Clara Shumann (1981) y Sonata/Adioses (1987) tendrán que pasar veinticuatro años para el regreso de Manuel J. Ruiz Torres (Algeciras, 1959) al verso. Sería en 2011 con este poemario: El inicio del mundo. Ed. Renacimiento. No fueron esos veinticuatro, sin embargo, años de silencio, pues en este tiempo salen a la luz sus trabajos narrativos: la novela Fara, el galeote (1996), y las colecciones de relatos Atributos masculinos (1998), Foto en la luna (2003) o La cuerda floja (2004), entre otros. La obra de Manuel J. Ruiz Torres ha sido traducida al portugués, catalán y árabe, y se complementa con su faceta gastronómica, de la que ha publicado más de un centenar de artículos en prensa y revistas especializadas, así como los ensayos Cocina y gastronomía en el Cádiz de las Cortes (Diputación de Cádiz. 2010) y  Las recetas gaditanas del Doce (Diputación de Cádiz. 2012).

001En El inicio del mundo el poeta algecireño indaga, desde los alambiques de la ciencia, en los enigmas y entresijos del amor. Sí, posiblemente el tema más recurrente de  la literatura universal, y aún más del género poético. La poesía amorosa campa por los versos de tal forma que se corre el peligro de -como lector- obviarla o incluso rehuirla pensando en la imposibilidad de hallar nada nuevo en ella. No es el caso que nos ocupa: poesía amorosa, evidente, pero abordada desde una reflexión y una perspectiva nada convencionales. Es El inicio del mundo una metáfora continuada, una alegoría científica (no en vano su autor es químico) que Domingo F. Failde nos define como «una larga imagen visionaria que, asentada en la ciencia, explora el lado oculto del amor… no porque nos conduzca a regiones morbosas o destape cuanto de sórdido pueda brotar… sino porque nos muestra el amor desde otra óptica… alejada del viejo petrarquismo que, desde el siglo XIV, impone su impronta en la literatura». Y es Manuel J. Ruiz Torres un escritor que extrae de la vida, y en este caso del amor, aquello que los demás acaso no alcanzamos a ver. La Poesía.

El poemario se divide en tres partes: «Explosión del Universo», «Evolución de las especies» y «Cántico». En la primera el poeta explora la ruptura de la armonía, la sacudida y la explosión caótica que, para cualquier humano, supone la aparición en su existencia del amor («…pero ellos se reconocieron más iguales que el resto / y lo inventaron todo otra vez…»), identificando este proceso de iniciación precisamente con la teoría del Big Bang  («Yo viví algunas de sus explosiones.»)  acerca del origen del Universo. También se apunta la imposibilidad de que este inicio vuelva a repetirse («…perdiéndose calidad en cada copia.»), al menos, tal como ha sido en su origen. Este transcurso conducirá, irremediablemente, al extravío («En una habitación, ella dejó de sentirse acompañada; / en otra, él no termina de estar del todo solo.»), aunque, pese a la desolación de los amantes, «Ni siquiera se acaba el mundo en el fin del mundo».

La superación llega -tras la perdición y la incertidumbre- por la aceptación de los amantes de que la selección natural, la mutación («Al renacuajo le crecieron las piernas / y aprendió a andar erguido / para salir de su charca), la migración o el olvido («El pasado mejor dejarlo en las estanterías altas, / como una enciclopedia obsoleta / que sirva solo para consultar sus láminas sepias») son los inevitables pasos de la especie -del poeta, del amante, de nosotros- para la supervivencia. Geniales las ‘Instrucciones genéticas’: orientaciones a la manera cortaziana para no volver, quizás, a caer en las mismas culpas y errores. Y apoteósico -y bellísimo- acercamiento ¿a la explicación? del amor en el poema ‘Observación al microscopio’: «Otras veces, el universo se reduce a una habitación / sin más vistas / que la inagotable sorpresa de tu cercanía».

 

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Este pequeño gran libro finaliza evocando a San Juan de la Cruz y su Cántico…. La tercera parte de El inicio del mundo es un canto a la vida en toda su extensión y grandeza. Diecisiete piezas breves en las que el amante/amigo se hace esperanza que entrevé con ojos bien limpios y abiertos nuevos horizontes. La vida se halla en las aves, en los peces, en el mar, en nosotros, en la naturaleza toda: «Cuánta vida nos acecha siempre, / palpitante, minúscula, / emboscada, / como para dejarse arrebatar esa pelea».

 

Jose Rasero

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