El deporte: prisionero de la Segunda Guerra Mundial; época en la que jugadores cambiaron los balones por armas

Por Roberto Quintanar
Louis Zamperini

Louis Zamperini

 

Sonó el primer disparo en territorio polaco. El mundo entero se estremeció con aquella afrenta que significó el inicio del conflicto bélico más mortífero en la historia de la humanidad, tiempos en los que los hombres cambiaron los balones, las jabalinas, los guantes y los botines por metralletas y granadas.

El temblor en el mentón del soldado reclutado de las canchas deportivas, enfundando en un uniforme muy distinto al que siempre defendía, significaba el deseo de estar en otro escenario, luchando por su país en un campo de juego y no uno de batalla.

Rehenes de la situación política y bélica ya casi generalizada aproximándose el verano de 1940, los Juegos Olímpicos que se celebrarían en Tokio estuvieron condenados a no realizarse desde la amenaza de boicot de varias naciones opuestas a la política imperialista y militarista de un Japón que mantenía las agresiones contra China.

El Comité Olímpico Internacional hizo un último intento para mantener viva la llama deportiva y decidió dar la sede a Helsinki. Pero el avance de los nazis llevó a hacer olvidar pronto esa posibilidad. Ningún Estado estaba en condiciones de enviar atletas en aquel ambiente. Los Juegos Olímpicos se convirtieron en prisioneros de guerra y no verían la luz sino hasta ocho años después.

 

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Así, varios atletas vieron cortada una promisoria carrera al verse obligados a tomar las armas y morir lejos de la disciplina que amaban. Otros tuvieron la suerte de sobrevivir pese a ser torturados por el enemigo, como fue el caso del corredor estadounidense Louis Zamperini, quien había impresionado a Hitler en las propagandísticos Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. “Tú eres el joven que corrió la vuelta más rápida”, le dijo el dictador en aquella ocasión al conocerlo personalmente pese a que había finalizado en octavo puesto en los 5,000 metros planos.

Entre aquel horror que significó la guerra, hubo momentos muy significativos y dramáticos a nivel deportivo. Uno de ellos fueron los Juegos realizados por los prisioneros de guerra en un campo cercano a Núremberg. Reclutas de Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Polonia y Noruega participaron en estos olímpicos especiales, bajo una bandera dibujada con crayones sobre la camiseta de un prisionero polaco.

Antes de la afectación olímpica, el expansionismo nazi ya había cobrado una víctima. Apenas ocurrida la anexión de Austria por parte de Alemania, el “Wunderteam” austriaco, considerada la mejor selección de futbol en la historia de ese país, estuvo condenado a la desaparición. Matthias Sindelar, llamado el Mozart del Futbol por su enorme clase, falleció de causas muy extrañas: suicidio y asesinato son los dos móviles discutidos a la fecha. El atacante del equipo Viena era judío.

En la misma Alemania, la liga local se mantuvo en activo. Dos leyendas tuvieron destinos muy diferentes, pero convergieron años después para levantar, cada uno en su momento y rol, el campeonato mundial. Fritz Walter, capitán de Alemania Federal en 1954, vio interrumpida su incipiente carrera al ser obligado a realizar su servicio militar. Fue capturado por los soviéticos y obligado a realizar trabajos forzados. Por su parte, Helmut Schön, el entrenador germano en el mundial de 1974, disputó la final del torneo de 1944 con su equipo, el Dresden, a sabiendas de que los Aliados se aproximaban. Los alemanes estaban ya en posición defensiva ante el Ejército Rojo.

Fue precisamente el futbol, la actividad que mantuvo vivo el espíritu deportivo en los países que más sangraron por la guerra en Europa. Y el mayor drama se dio en Ucrania. Un partido de este deporte, descrito como “el juego de la muerte”, fue disputado entre los invasores nazis y jugadores locales, el cual fue ganado por los ucranianos por 5-3

Dura fue la derrota para el equipo alemán; la leyenda dice que los agresores ofrecieron amnistía si los locales se dejaban perder… el destino fue fatal y los vencedores del partido vieron cómo sus jugadores clave fueron fusilados. La muerte los participantes enterró para siempre la verdad sobre este muy significativo hecho. El deporte fue prisionero de guerra, pero también un elemento que mantuvo el espíritu en medio del momento más funesto en la historia del siglo XX.

 

 

El deporte fue prisionero de guerra, pero también un elemento que mantuvo el espíritu en medio del momento más funesto en la historia del siglo XX.

 

 

Sin Embargo

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