Historias de pasión, locura y muerte : Frank Sinatra y Ava Gardner

Por Juan Carlos Boveri

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Frank había cantado en las orquestas de Harry James y Tommy Dorsey y ya era bastante famoso cuando decidió lanzarse como solista. Desde chico le había gustado la música y pelearse en la calle. En los finales del año treinta, tuvo uno de esos problemas comunes cuando un tipo mayor se acuesta con una chica menor de edad ,y su imagen pudo haberse afectado de no tener la buena idea de casarse con su novia, Nancy Barbato, y tener tres hijos con ella. Esto asentó su popularidad ya que a su agente de prensa se le ocurrió mostrarlo como el prototipo del estadounidense con un matrimonio feliz.

Claro, Frank no dejaba de hacer fiestas y tener amoríos. Tampoco era muy patriota. Durante la segunda guerra mundial se había quedado cantando en los clubes nocturnos y grabando discos como si nada pasara. Algunos aseguran que sobornó a los médicos para ser rechazado durante la revisión del alistamiento.
En varias de las fiestas que organizaba, se cruzó con Ava Gardner. Tuvo de ella la misma impresión que todos los hombres tenían al verla: «No sabe actuar y ni siquiera sabe hablar. Pero es la mujer perfecta», la había definido el productor Louis Mayer. Ella ya había tenido dos maridos: el pequeño y talentoso actor Mickey Rooney, famoso por sus películas juveniles; y el también talentoso músico Artie Shawn. Con uno y otro duró unos cuantos meses y buscó nuevas formas de diversión. Frank era un hombre apropiado para ella, tenían mucho en común: una casi inexistente preparación cultural, eran mal hablados y de modales groseros, le gustaban las fiestas y el alcohol. Faltaba que Frank se separara de Nancy y Ava conseguiría lo que buscaba: casarse con él.

 

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Cuando Frank comienza el romance con Ava, su carrera iba en un tobogán que parecía terminar en el precipicio. Haber sido presentado como el marido y padre ejemplar fue una mentira que tuvo que pagar cuando se hicieron públicas sus aventuras sexuales con Lana Turner y Marilyn Maxwell. Para colmo, también se dio a conocer que Ava era su amante. Las fanáticas de Frank miraban el mundo con los ojos con los que se miraba al mundo en los comienzos de 1950, de modo que opinaron que Frank era una basura y Ava una rompe matrimonios. Sin embargo, a ella no la afectó. Por el contrario, filmaba una película detrás de otra. Frank en cambio, había perdido su contrato con la compañía Columbia y ninguna otra de importancia quiso contratarlo. No le quedó sino grabar en compañías menores o trabajar en la televisión. Para colmo su voz estaba afectada y algún pistolero había jurado matarlo pero terminó perdonándole la vida. Podía decirse que Frank estaba en la lona del ring.

Nancy Barbato acabó por separarse y Frank no fue muy delicado: al día siguiente de recibir la notificación del divorcio, se casó con Ava Gardner. Nadie entendía qué podía ver una mujer como ella en un tipo como Frank. Era una de las mujeres más codiciadas. Hombres de cuantiosas fortunas le habían propuesto matrimonio o, al menos, tenerla de amante, lo que le hubiera dado buenos beneficios. Centenas de hombres bien parecidos se acercaban a ella y, siendo una actriz famosa, una estrella, no había una causa normal para que anduviera con un tipo de unos cincuenta kilos completamente arruinado. A nadie se le ocurría que, simplemente, Ava estaba enamorada. Y que no existen razones para explicar por qué la gente se enamora. Ocurre y nada más.

 

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Con una carrera que se iba a pique y semejante mujer a su lado, a Frank no le quedó más remedio que recurrir a sus amistades mafiosas. Uno de sus tíos era mafioso, su ex esposa Nancy tenía parientes en la mafia, y el propio Frank era bastante amigo de «Lucky» Luciano, por ese tiempo exiliado en Sicilia pero aún poseedor de mucho poder. Frank quería conseguir un papel en «De aquí a la eternidad», que dirigiría Fred Zinnemann y protagonizarían  Burt Lancaster, Deborah Kerr y Montgomery Clift.  El rol era secundario pero permitía el lucimiento de alguien como Frank. Casi tendría que hacer de él mismo. El escollo era el productor del estudio, Cohn. Odiaba a Frank, por haberse llevado a Ava Gardner y por considerarlo un idiota borracho. Un emisario de Luciano visitó al productor y Frank obtuvo el papel y el Oscar al mejor actor secundario, en 1954.
Frank se había puesto de pie y volvía a subir la escalera. Esta vez, subiría tan alto que nadie podría alcanzarlo. Llegaría a ser el cantante más popular del mundo, un símbolo del hombre «que todo lo vivió y todo lo sabe», hasta convertirse en una leyenda.

 

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Ava hizo buenas películas mientras Frank levantaba cabeza. Filmó «Las nieves del Kilimanjaro», basada en un relato de Hemingway, junto a Gregory Peck, «Mogambo», con Clark Gable, y se preparaba para viajar a España para trabajar en el film que más la identificaría, «La condesa descalza», una sutil crítica a Hollywood y un poco inspirada en la vida de Rita Haywoord. Lo interesante no fue que viajara ni filmara la película sino la larga sucesión de romances que tuvo y las borracheras que se agarró. Sus noches de sexo con los toreros Dominguín y Cabré fueron muy comentadas. Su esposo Frank, al que había hecho notorio cornudo, viajó para verla y le dio un par de bofetadas que no hicieron mucho efecto. Ava siguió con sus borracheras y amoríos. Más o menos lo que siempre hizo fuera de los sets de filmación. Solía enloquecer a los hombres y patearles el trasero cuando le daba la gana. Eso sí, nunca obtuvo grandes ganancias de sus relaciones. De sus matrimonios sacó lo mínimo y no reclamó nada, y hasta se dio el gusto de estar junto al millonario, excéntrico, y demente Howard Hugues durante dos años, engañarlo y recibir un golpe que le partió la mandíbula. Cuando se recuperó, él le regaló un Cadillac como disculpa. Ella se lo devolvió y le rajó la cabeza con una estatua. Hugues estuvo desmayado un buen rato, le cosieron el cuero cabelludo y salió detrás de ella para pedirle que se casara con él. Ava lo despreció pero aceptó que todos los años, durante los veinte siguientes, le mandara flores para el cumpleaños. Hemingway sabía lo que estaba diciendo cuando dijo de ella: «Es el animal más bello del mundo».

 

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El matrimonio de Frank y Ava se inició en 1951, seis años después estaba hecho pedazos. Por supuesto, durante el tiempo que permanecieron juntos se divirtieron de lo lindo: fiestas, paseos, mucho alcohol, infidelidades, peleas formidables, separaciones y reencuentros. Incluidos dos intentos de suicidio por parte de Frank cada vez que ella lo abandonó. «La Voz» y «El animal más bello» hicieron todo lo que puede alegrar a la prensa del espectáculo. En 1957, se divorciaron. Frank quedó muy dañado. Estaba loco por ella. Se quiso matar y, esta vez, pudo haberlo conseguido pero lo encontraron a tiempo. Su destino, todavía, no estaba cumplido. Ava, en cambio, pareció sacudir el cuerpo y sacarse de encima a Frank como un perro se sacude quitándose el agua después de un baño

 

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El dolor de Frank ya venía siendo mitigado por Rita Haywoord, Judy Garland y Laurel Bacall, con la que quiso casarse. Más adelante, los resabios del dolor lo llevaron a June Allyson, Sandra Dee, Kim Novak, una centena de principiantas, y a Marilyn Monroe, a la que le regaló un anillo valorado en un precio tan alto que Marilyn cayó sentada cuando él se lo dijo. Frank era el prototipo del estadounidense exitoso y con dinero recién ganado: dejaba las etiquetas de los precios pegadas en los regalos que hacía y solía decir: «¿Sabés cuánto cuesta este traje que llevo puesto?». No estaba equivocado. Sabía que la mayoría de la gente valora al otro por lo que tiene y no por lo que es. Lo que resulta curioso en su caso ya que era uno de los tipos de mayor talento de la música del siglo XX. Uno de esos tipos que no necesitan de nada porque todo lo tienen en sí mismos. Frank no pensaba eso. Creía en el dinero y en el poder del dinero. Por eso, pudiendo ganarse honradamente la vida como cantante, eligió ser un mafioso, comer, beber, negociar con asesinos, traficantes de blancas, tramposos del juego, contrabandistas, representarlos en sus hoteles de Las Vegas y ser un  bandido antes que un hombre decente viviendo de su arte. De todas formas, no hizo mala elección. La gente ya no pensaba como en 1950, cuando lo condenaban por sus infidelidades; apenas diez años  más tarde, Sinatra era tan admirado por ser un delincuente y vivir como un sinvergüenza como por ser un gran cantante.

 

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Frank se diviritó bastante con su clan de amigos entre los que estaban Peter Lawford, casado con una Kennedy, y proveedor de prostitutas y actrices bien dispuestas para las fiestas de los hermanos John y Robert;  Sammy Davis, un negro talentoso como cantante y músico, al que Frank, haciendo algo bueno, lo puso bajo su ala cubriéndolo del racismo; el muy buen cantante y borracho Dean Martin, Shirley Mc Laine, el cómico Jerry Lewis, y algunos más. Siguió ganando mucho dinero con hoteles, compañías grabadoras y otras inversiones que lo hicieron varias veces millonario. A veces, filmaba películas mediocres realizando actuaciones mediocres como lo fueron todas las que hizo, si se exceptúan dos de las que filmó en los cincuenta, «De aquí a la eternidad» y, con un poco de buena voluntad,  «El hombre del brazo de oro». Su voz, en los años sesenta ya no era la misma, pero sabía cómo manejarla y tuvo los mayores éxitos de toda su carrera con «Extraños en la Noche» y con su clásica «A mi manera». Su gusto por las mujeres fue constante, así que se casó con una jovencita de diecinueve años, Mia Farrow, de la que se divorció pronto y esperó ser sexagenario para casarse por última vez.

 

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Ava no dejó de filmar. Pero, lentamente, dejaba de ser la estrella inalcanzable y la mujer deseada por todos. Su belleza se amortiguaba con el paso de los años y, sobre todo, por el abuso del alcohol y de las incontables fiestas en las que no resistía bailar sobre las mesas. Finalmente, le llegó la enfermedad, la vejez definitiva y la muerte. Como a Frank.
Ambos llenaron sus vidas queriéndose durante unos años. Por esas cosas que suelen suceder, acabaron separados. Él, que pareció ser el más dolido, se recuperó muy rápido con nuevos amores y más matrimonios. Es cierto que nunca dejó de decir que solamente ella había sido capaz de comprenderlo y nadie dudaba de que era la única mujer por la que realmente había sentido auténtica pasión.
Ava Gardner, una de las mujeres más bellas de la historia del cine, se fue alejando de todo hasta pasar muchas horas a solas, encerrada en su casa, escuchando los discos del único hombre al que realmente amó y al que no pudo o no supo retener a su lado.

 

 

 

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