Thelma, de Joachim Trier

¿Qué se esconde bajo las aguas profundas de los lagos? Nada bueno. Habría que hacer un estudio del porqué nos inquietan esas grandes superficies de agua dulce. Y Thelma, de Joachim Trier, bien acogida en el último festival de Sitges y en el de Toronto, gira en torno a lagos y piscinas extrañamente relacionadas como vasos comunicantes.

Lago helado bajo cuyas aguas uno puede desaparecer si el hielo se abre bajo nuestros pies y se cierra sobre nuestra cabeza. Preámbulo impactante para un film que atrapa y subyuga. Un padre y su hija de pocos años lo cruzan; el padre tiene aspecto de cazador ártico; un plano subacuático muestran a padre e hija caminando por ese espejo quebradizo desde la perspectiva de un pez que colea en esas aguas gélidas; padre e hija se internan en el bosque y sorprenden a un cervatillo en un paisaje nevado; la escopeta del padre se alza para hacer fuego contra el animal, pero luego gira, inopinadamente, para buscar la nuca de la hija. Un disparo suspendido en el tiempo. Señal de trauma familiar.

Horror elegante y exquisito el de este film nórdico bien caligrafiado, tan exquisito como el rostro de su acertada protagonista Eili Harboe que personifica en sus rasgos la inocencia ante la vida. Thelma podría pasar por una versión nórdica de Carrie pero sin la estridencia hemoglobínica de Brian de Palma ni su brochazo grueso. Pero Eili Harboe es más bella que Sissy Spacek y menos inquietante que la Catherine Deneuve de Repulsión de Roman Polanski.

Thelma (Eili Harboe) tiene poderes. Los ha heredado de una abuela que cree muerta pero vive recluida en un asilo, enajenada. Todo lo que desea su subconsciente se hace realidad, hasta sus sueños más terribles. Vive con su padre Trond (Henrik Rafaelsen), médico rural de carácter atormentado, y su madre Unni (Ellen Dorrit Petersen), postrada en una silla de ruedas, en una apartada casa de madera junto a un lago, sin relacionarse con el mundo. Cuando Thelma decida ir a Oslo, para cursar estudios universitarios, y se enamore de una chica, Anja (Okay Kaya), entrará en conflicto con las rígidas convicciones religiosas que le han inculcado sus padres y con ellos mismos.

Joachim Trier (Copenhague, 1974, primo del provocador Lars von Trier) introduce con elegancia y sutileza la historia del despertar sexual de Thelma (secuencia del cine y la mano que se desliza entre las piernas de Thelma; el beso en el guardarropía de la ópera con Anja; sus fantasías oníricas) en el film y muestra su efecto perturbador en la protagonista que lo asume con sentimiento de culpabilidad, del mismo modo que considera pecaminoso beber una cerveza con sus amigos universitarios (lo confiesa al padre que ejerce su control a distancia) o fumar un cigarrillo de supuesta marihuana: ha vivido toda su vida en un ambiente estricto y patriarcal  que asocia placer a pecado, no se ha relacionado con el mundo, es un ser virginal. Una serpiente, deslizándose por su cuerpo, en uno de las secuencias oníricas del film, y penetrando su boca simbolizará el sentimiento de falta. Los flashbacks a la infancia de la protagonista darán sentido a lo largo del film al impactante preámbulo del lago. Joachim Trier sabe dosificar hábilmente la información que abre la caja de traumas de esa familia.

La fotografía de Jakob Ihre es espléndida y los planos están bien medidos. La cámara se desliza por los rasgos exquisitos y dulces de Eili Harboe,  enlaza ese lago tenebroso,  en un sorprendente plano bucle, con la piscina universitaria o filma a los estorninos que se estrellan contra un ventanal con reminiscencias de Los pájaros de Alfred Hitchcock. Pero también está Roman Polanski (el padre que vierte una pócima en el desayuno de su hija para aturdirla: El bebé de Rosemary) o Stanley Kubrick (la amenaza es ese padre que parece protector: El resplandor). Huye el realizador de El amor es más fuerte que las bombas y Oslo, 31 de agosto, sus reconocidas películas anteriores, de todo efecto gore en un film que es como si Brian de Palma se hubiera cruzado con Ingmar Bergman.

En Thelma la religión y su efecto castrador, enraizada en las sociedades del norte de Europa que exportaron su puritanismo a Estados Unidos, se funde con lo sobrenatural de su protagonista femenina, que sufre falsos ataques epilépticos, se ve superada por sus poderes paranormales y es su propia víctima. Pálidos reflejos de Ingmar Bergman (se podría revisar toda la filmografía del gran maestro del cine nórdico desde la perspectiva del terror religioso, y la estremecedora Gritos y susurros sería una buena cima) y Carl Teodor Dreyer en este film noruego dirigido por un danés. El cine escandinavo le debe tanto a esos dos iconos como el ruso a Serguéi M. Eisenstein y a Vsévolod Pudvokin.  Thelma funde la nieve con su deseo y es la apuesta noruega para los Oscar. El filme de Joachim Trier se instala en la retina del espectador y el plano cenital final hace que éste respire.

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