El Mauritano, de Kevin MacDonald

Es el cine de denuncia, del que El Mauritano de Kevin MacDonald (Glasgow, 1967) es un paradigma ejemplar, un elemento que sirve para levantar conciencias individuales sin conseguir avances reales a cambio, sin tener ni siquiera repercusiones penales por los delitos que pone en pantalla. Se permite este tipo de cine, y hasta es bien recibido e incluso distinguido con algún premio, precisamente porque la ficción, aunque sea reflejo de la realidad, no altera ésta ni cuestiona un sistema que viola sus propias leyes impunemente. Sobre esa mancha en la democracia norteamericana que es el campo de Guantánamo se han rodado, que yo sepa, dos películas notables: Camino a Guantánamo, del británico Michael Winterbotton, y Atrapada en Guantánamo, del norteamericano Petter Sattler.

Esta película británica, producida por la BBC y basada en hechos reales, cuenta la odisea de su protagonista Mohamedou Oul Slahi (perfectamente encarnado por el actor francés de origen argelino Tahar Raim, el protagonista de Un profeta y Samba, en el cine francés, y que ya había trabajado con Kevin MacDonald en La legión del águila), de la que dejó constancia en un diario que escribió en su encierro como una de las muchas víctimas de la guerra contra el famoso Eje del Mal, cuyos ideólogos fueron George W. Bush, Donald Rumsfeld y Dick Cheney y dio pie al periodo más vergonzoso de la reciente historia de los Estados Unidos.

Mo, como le conocían los americanos tan dados a acortar nombres, fue secuestrado en Mauritania, cuando asistía a la boda de un familiar, y paseado por diversos centros de detención ilegales de la CIA para acabar en el chupadero de Guantánamo, ese limbo legal que sigue existiendo en la isla de Cuba para vergüenza internacional, en donde permaneció más de una década detenido sin ser juzgado, como otros muchos prisioneros, y sometido a un sinfín de torturas y vejaciones autorizadas por Donald Rumsfeld, el secretario de defensa de la administración Bush. Por fortuna se cruzan en su camino la abogada especializada en casos de vulneraciones de derechos humanos Nancy Hollander (Jodie Foster obtuvo con esta interpretación el Globo de Oro a la mejor actriz de reparto) y su ayudante Teri Duncan (Shailene Woodley) que se baten el cobre por llevar su caso a juicio y conseguir su libertad.

Con una narración deliberadamente fragmentada, como un rompecabezas, que nos va informando a pequeñas dosis de quién es Mohamedou Oul Slahi, el Mauritano — tiene la desgracia de haber combatido en Afganistán contra los soviéticos a las órdenes de Bin Laden (cuando éste recibía apoyo de la CIA) y haber recibido una llamada de su teléfono poco antes del 11S que lo mete en la lista de sospechosos de estar relacionado con el atentado—, el realizador de El último rey de Escocia reconstruye su peripecia al hilo de las conversaciones que mantiene en su encierro de Guantánamo con sus abogadas.

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