Las lágrimas del caimán, de Susana Hernández

Los caimanes, en concreto los caimanes negros, son animales muy pacientes, capaces de esperar durante días enteros para cazar a su presa. Y las lágrimas de los cocodrilos, cuando devoran a sus presas, no son de tristeza sino de excitación.

Puede resultar una obviedad, a estas alturas, decir que Susana Hernández (La casa roja, La puta que leía Jack Kerouac, Curvas peligrosas, Contra las cuerdas, Cuentas pendientes, Malas decisiones, La reina del punk, Los miércoles salvajes) es una de las mejores escritoras de género negro de este país. Libro a libro, la barcelonesa gana literariamente hablando y prueba de ello es Las lágrimas del caimán, su última novela, premiada con el Auguste Dupin, en homenaje al detective ideado por el maestro Edgar Allan Poe, y editada por Distrito 93 en su Línea Negra.

Una trama bien urdida y creíble, que bascula entre el presente y el pasado, excelentes descripciones, personajes complejos bien dibujados psicológicamente y una brutalidad dosificada hermanan Las lágrimas del caimán con los mejores autores del hard boiled norteamericano aunque la acción transcurra en Barcelona —La Barcelona que no aparece las guías turísticas sigue viva, oculta entre la maraña de autopistas y la montaña, olvidada por los políticos y la gran mayoría de sus conciudadanos, con graves carencias de infraestructuras fruto de su herencia chabolista —. La novela empieza cuando Karen Alcázar, una escritora de novela negra, encuentra ahorcado a su amante Charly/ Edu, aparentemente suicidado, en avanzado estado de descomposición en su apartamento al regresar de un viaje, pero la muerte no es lo que parece, ni la víctima, con un oscuro pasado a sus espaldas, era quién decía ser. Días más tarde es asesinado el matrimonio de masoveros que guarda una finca de la escritora. El doctor Jacobo Peña, el exmarido de Karen que no olvida que su hijo murió ahogado por un descuido de la madre —No podía dejar de pensar que mientras él la ponía cuatro patas, su niño moría ahogado en la piscina cubierto de hojas, bajo una lluvia torrencial. Karen lo pagaría y lo pagaría muy caro. Los dos lo pagarían cada día de la vida, cada uno a su manera— es uno de los sospechosos.

Las lágrimas del caimán es una historia de venganzas cruzadas protagonizadas por personajes heridos como Ander, un niño psicópata que sufrió en sus carnes un largo encierro —La mayoría de las personas reprimen sus impulsos por temor a las consecuencias. Tienen miedo de que les pillen. Esa es la cuestión. No son mejores que yo, solo son más cobardes. —al que ha tratado en su consulta psiquiátrica el doctor Jacobo Peña, y su hermana Gaby, con la que el médico se relaciona y es la asistenta de Karen Alcázar, su exmujer, atormentada cuando era pequeña por su hermano psicópata. Si se dice que la venganza es un plato que se sirve frío, frase de la novela Las amistades peligrosas de la que se apropió un spaghetti western, la novela de Susana Hernández es un buen ejemplo.

Estructurada en breves capítulos precedidos por frases bien escogidas extraídas de películas de culto (El padrino, Million Dollar Baby, Excalibur, Sin perdón…), que harán las delicias de los cinéfilos, la novela de la autora de La puta de Jack Keruac bascula entre el género procedimental, las investigaciones que llevan a cabo el Grupo de Homicidios de los Mossos d’Esquadra con el enamoradizo sargento Campillo al frente —Una hediondez vomitiva dio la bienvenida a los policías. Avanzaron hacia el escenario del doble crimen respirando por la boca. El perro yacía en el patio con la garganta seccionada —y el más genuino género negro cuando pone el foco sobre los asesinos. —Mirar las manos que a diario ejecutan tareas triviales e inofensivas y asumir que esas mismas manos que acarician, manejan cubiertos, enjabonan el pelo, cambian el canal y pulsan el botón del ascensor han servido para cercenar vidas humanas —. La narración salta del presente al pasado, en donde están algunas de las claves que explican los hechos —En poco tiempo, los problemas de Ander se agravarán. Tiene impulsos violentos, carece de empatía y de remordimientos. Manifiesta un comportamiento antisocial preocupante. —y deja en manos del lector completar el puzzle en el que encajan todos los elementos.

 

Hay erotismo en la novela en ese verano que se evoca —Un verano torrido, húmedo, extenuante. Un verano de sexo a todas horas, en todas partes, de arrebatos incontrolables en restaurantes, aparcamientos, lavabos y espigones, de vestidos levantados hasta la cintura y tangas bajados con urgencia, de cremalleras abiertas y besos desenfrenados. —, violencia seca y contundente en una paliza mortal que recibe uno de sus personajes —Pese al aluvión de dolor insoportable y el papel empapado, Big consiguió forzar los músculos de la boca y reír. Al separar los labios, un reguero de sangre salió a chorro empapando el papel, por entre los dientes partidos —y diálogos lúcidos que dibujan los numerosos personajes que pueblan la narración.

El lector lee en el encabezamiento de la novela una frase de Mahatma Gandhi que puede resultar irónica frente a lo que sucede a continuación: Ojo por ojo, y todo el mundo acabará ciego. Pues casi todos ciegos. La barcelonesa agita en una coctelera los ingredientes narrativos del género negro, que domina a la perfección, y nos ofrece un relato seco y desgarrador protagonizado por personajes heridos, víctimas de las circunstancias, en 275 páginas que no tienen desperdicio y giran sobre el mal y sus secuelas, los puntales del género. A fin de cuentas, asesinar no es meritorio. Cualquier animal salvaje sabe hacerlo. El género humano, en esa faceta, se lleva la palma.

 

 

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