Aftersun, de Charlotte Wells

Prodigio de sutileza la de la directora escocesa Charlotte Wells (Edimburgo, 1987), cuyo debut cinematográfico con este largometraje, después de haber rodado unos cuantos cortos multipremiados, puede llevar a engaño. Aftersun, aclamada en el festival de Cannes y considerada por bastantes críticos cinematográficos como una de las mejores películas del año, es un luminoso descubrimiento que no defrauda a quien tiene la paciencia de dejarse llevar. Cine pausado y sin prisas en época de inmediatez en donde tres minutos de atención ya son demasiados.

Asiste el espectador a una serie de fotogramas que parecen cine amateur, imágenes captadas por un teléfono móvil, junto a fotografías Polaroid, de las anécdotas de un verano que pasó la niña de once años Sophie Paterson (Frankie Corio) con su padre Calum (Paul Mescal) en uno de esos resorts en donde los clientes jamás salen del hotel y llevan una pulserita que les da acceso a todas las comodidades y bebidas sin pisar la calle. Durante esos días en un hotel de playa de Turquía (podía muy bien ser Torremolinos, pero es el país asiático porque un día padre e hija se aventuran al exterior para comprar una alfombra), no sucede absolutamente nada relevante, todo es anodino. Las jornadas entre ese padre e hija transcurren tomando el sol en la piscina del hotel, disfrutando del buffet libre, jugando ella en una moto con Michael (Brooklyn Toulson), un niño que le va detrás, dejándose llevar por los animadores del establecimiento o cantando (desafinando más bien) en un karaoke por las noches.

A mitad de la película, el espectador se llega a preguntar qué interés tiene todo lo que está viendo, qué sentido todas esas imágenes filmadas con apariencia amateur, hasta que la película da un giro, y una Sophie Paterson adulta (Celia Rowlson-Hall) nos revela que ese, veinte años atrás, fue el último verano que disfrutó de su misterioso padre. Y en ese momento todo cobra sentido, el espectador rebobina la película, las imágenes anodinas dejan de serlo para convertirse en un poema nostálgico que enhebra la hija hacia ese padre ausente que desapareció y del que tenemos tan pocos datos como que se ha roto un brazo y no sabemos cómo (él mismo se quita la escayola en la habitación del hotel), está divorciado de la madre (de cuando en cuando se encierra en una cabina para hablar con ella de cómo le va con la niña), sufre crisis de ansiedad (en una de las secuencias, encerrado en su habitación, llora desconsoladamente) y tiene tendencias suicidas (una noche se adentra en el mar, pero regresa; otro día se pone de pie sobre la barandilla del balcón de su habitación y parece que vaya a arrojarse al vacío).

Hay encuentros y desencuentros entre esos dos personajes principales que guardan celosamente sus secretos. Un día Sophie Paterson se pierde de noche, debe dormir en un sofá de recepción del hotel porque no tiene la llave de la habitación y el padre no aparece hasta la mañana siguiente. No sabemos qué ha estado haciendo Calum ni con quien ha pasado la noche. La hija tampoco se lo pregunta cuando lo ve. Mientras las escenas diurnas son muy luminosas (el sol que reverbera en el agua de la piscina, los cuerpos de padre e hija cruzándola, el lejano mar azul, las hamacas al sol, los bronceadores y protectores embadurnando sus cuerpos pálidos de ingleses), las nocturnas, especialmente las que atañen al padre, son oscuras, filmadas en un gélido azul, porque en el personaje encarnado por Paul Mescal hay algo turbio, oculto, que no emerge a la superficie, quizá relacionado con ese brazo roto del principio o sencillamente es que no hay futuro. Por una serie de primeros planos, por expresiones que se le escapan al actor británico, nominado al Oscar por su interpretación en este film independiente y de bajo presupuesto, sabemos de su infierno emocional que trata de disimular bajo una máscara de felicidad impostada para no alarmar a su hija y ese último verano juntos sea perfecto.

Aftersun es una película nostálgica y bellísima sobre la memoria, la construcción selectiva del pasado que hace esta y la ausencia del ser querido que conviene visionar con una mirada diferente, sin prisas y con paciencia para disfrutarla y emocionarse, finalmente, cuando se comprende su sentido y lo aparentemente anodino cobra intensidad poética. La película de Charlotte Wells, que confiesa tiene mucho de autobiográfica, es un canto al amor paterno filial a través de esa relación de complicidad que se establece entre padre e hija (y complicidad absoluta de los actores a lo largo del film) en ese último verano que ambos compartieron, con escenas entrañables, por su inocencia, como ese beso leve que Sophie da a Michael, el niño que le va detrás y con el que juega, y cuenta a su padre, sintiéndose ya adulta, o ese baile entre padre e hija tan entrañable.

Aftersun, bajo su aparente sencillez y el minimalismo de sus imágenes, esconde un poema de amor fílmico quizá no apto para todos los espectadores, pero los que entren en su entramado emotivo saldrán tocados. El film se cierra con una secuencia desoladora, un baile del padre en una discoteca, bajo el parpadeo de las luces cenitales, mientras escucha la canción Under Pressure de Queen y David Bowie y la letra Este es nuestro último baile. Puro cine y puro sentimiento.

 

 

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