Golpe de suerte, de Woody Allen

Hasta las películas más flojas de Woody Allen interesan a sus seguidores. El director neoyorquino exiliado, cinematográficamente hablando, en Europa, puede presumir de un club de fans fiel en el Viejo Mundo que le compensa ser lapidado en el Nuevo por la Liga de la Decencia por un asunto por el que no fue procesado. En Estados Unidos este judío irreverente, laico, inteligente e hipocondríaco ha sido cancelado, así es que lleva años de gira turística por diversas capitales europeas y obteniendo financiación para sus películas que no necesitan excesivo presupuesto.

Golpe de suerte, de mala suerte para dos de los personajes diría yo, puede estar emparentada, por su trasfondo criminal, con algunas de sus películas más negras del director, con Delitos y faltas, Match Point o El sueño de Casandra, pero tiene el tono ligero y suavemente humorístico de sus últimos trabajos ligados a ciudades europeas como Vicky Cristina Barcelona, una de sus peores películas, Medianoche en París o A Roma con amor. Así es que en Golpe de suerte repite París pero no abusa de la postal turística, lo que se agradece.

La trama es muy simple. Chica llamada Fanny (Lou de Laáge) se encuentra con chico llamado Alain (Niels Schneider) casualmente por la calle; este, que es escritor, le confiesa que siempre estuvo enamorado cuando estudiaban juntos en el instituto, y ella decide hacerse querer, aunque esté casada con un insoportable millonario llamado Jean Fournier (Melvil Poupaud) para el que es una mujer florero, y después se enamorará locamente de ese bohemio muerto de hambre, harta de tanto lujo vacuo que le rodea, y lo que sucede después, porque el marido es un celoso de campeonato, le sirve a Woody Allen para elucubrar sobre lo aleatorio de la vida (ese reencuentro fortuito en una calle parisina), cómo la suerte puede convertirse en desdicha (sobre todo para uno de los enamorados) y como el destino, en una pirueta divertida, puede hacer justicia.

Diálogos inteligentes de los que se saca punta, esta vez en francés (malas lenguas dijeron que los rehicieron, que Woody Allen no se enteró de la rebelión de sus actores que los modificaron a sus anchas), elipses certeras que ahorran escenas con hemoglobina, ambientes sofisticados con gente guapa de la jet set parisina filmados con ironía, una actriz sencillamente preciosa que es Lou de Laáge que se come el objetivo con su frescura, montaje ágil, fotografía cálida y bellísima de Vittorio Storaro (el director de Manhattan se permite ciertos lujos), más un personaje siniestro que le da pie para cargar contra esos ricachos estúpidos e ignorantes (en un momento del film, cuando Fanny pregunta a su marido Jean Fournier a qué se dedica, este le contesta que a hacer más ricos a los ricos) y una suegra (Valerie Lemercier) entrometida (atención a cuando empieza a investigar y acude a la misma agencia de detectives que su yerno), personaje que parece haber sacado de algunas de sus anteriores películas, conforman esta comedia negra tan evanescente como divertida que es su película número cincuenta y su genio deja impronta aunque esté hablando en el lenguaje de Moliere. Quedan más ciudades europeas para que Woody Allen se vaya paseando por ellas y nosotros disfrutando de lo que salga.

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