El boxeador, de Alfons Cervera

 

LLUNA VICENS

El primer libro que cayó en mis manos de Alfons Cervera fue La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona. Lo que representó para mí aquel libro, aún hoy no lo puedo explicar, pero podría decir que me sentí como el saco de boxeo de Esteban Ventura.

Hoy mi pueblo amaneció con niebla y frio, que aunque no quieras se te mete en los huesos. De esa niebla que hace que recuerdes las películas de miedo. El mismo miedo que se respira y que respiran los protagonistas de la última novela de Alfons Cervera, El boxeador.

Los Yesares, un pueblo pequeño en la serranía valenciana, es el escenario inventado por el autor hace ya treinta años como poco, vuelve a traernos los recuerdos de aquellos que vivieron una parte de la historia que ciertos partidos políticos se empecinan en hacernos creer que no existió, y tal y como dice Alfons Cervera en uno de sus libros de ensayo “Yo no voy a olvidar porque otros quieran”.

Una de las palabras más utilizadas en El boxeador, es memoria, y si de algo puede presumir aunque no lo hará el autor, porque tengo el gran privilegio de conocerle en persona es precisamente eso, presumir. Y bien podría hacerlo porque si alguien en este país ha luchado y sigue luchando por la memoria histórica es Alfons Cervera. “A lo mejor es eso la memoria: una mezcla de realidad y de invenciones. Hoy una memoria que es la de uno mismo y también la que nos llega de lejos — en voces inseguras y muchas veces llenas de un miedo nada extraño heredado de otro tiempo — para construirnos en lo que somos, en lo que un día pensábamos que íbamos a ser sin tener en cuenta que el tiempo es algo que siempre nos será devastadoramente ajeno, oculta su vieja condición de espera interminable en un rencor antiguo y persistente porque no es fácil dejar atrás tanta huella inhóspita de humillación y de vergüenza. Dicen que hay derrotas que ennoblecen a quienes las sufren. No lo sé.

Con El boxeador, Alfons Cervera nos conduce en los días posteriores al final de la guerra y el inicio de la represión. Es cuando más abundan las desapariciones, las fosas comunes, los fusilamientos, las palizas, pero también las historias de aquellos que se echaron al monte a combatir a los fascistas y de los que tuvieron que huir a Francia. “Lo que nos espera en la vuelta a casa no es lo mismo que abandonamos en la huida. Tampoco nosotros seremos los mismos.”

En la novela vuela siempre el recuerdo, que no nostalgia, constante de los hechos que se sucedían en muchos pueblos tras el levantamiento de 1936, cuando las autoridades franquistas seguían torturando, encarcelando y asesinando a personas cuyo único delito fue, como expresa el personaje de Angelín a sus casi noventa años, perder una guerra y «lo malo es que han pasado muchos años y sus descendientes la siguen ganando, se diga lo que se diga para que todos podamos seguir viviendo tranquilos».

El boxeador gira en torno al regreso de Román al pueblo de Los Yesares. Es el primer personaje del que habla cuando siendo un niño, partió con sus padres a Francia después de la guerra para huir de los vencedores franquistas. A pesar del exilio obligado, Román siempre ha sabido lo que sucedía en el pueblo por las cartas de Sunta, que no llegaron a conocerse porque ella nace después de marcharse Román. Casi ochenta años después, en 2015, el regreso le permite, además, reencontrarse con amigos como Luciano y Jacinto, conocer en persona a Angelín y a Sunta, y reunir de nuevo, y probablemente por última vez, las historias que ha ido contando sobre Los Yesares a lo largo de los años: la de Fausto, el corredor que se dejó ganar una carrera para no honrar a las autoridades franquistas; la de Rosario, asesinada cuando bajaba de llevar comida a los del monte; o la de Guadalupe, la madre de Angelín, molida a palos por dos guardias civiles. Algunas de esas historias aclaran qué pasó con la trompeta del payaso Charly, añaden personajes como los de Rogelio y el boxeador Esteban Ventura, introducen nuevos detalles sobre el asesinato del maestro fascista, don Abelardo, en el cine Musical, y aportan una mayor ironía. Angelín, por ejemplo, no deja de escuchar a los Beatles pese a sus noventa años y se cree famoso por aparecer en los libros de Román: «yo mismo salgo en algunos de los libros de Román y por eso me he hecho famoso en el pueblo, incluso fuera del pueblo».

En la lectura de El Boxeador, se reviven lugares y personajes ya conocidos de novelas como El color del crepúsculo, de 1995, su celebrada Maquis, de 1997, y reeditada en su 25 aniversario, o Tantas lágrimas han corrido desde entonces, de 2012, en las que el lector se encuentra con la narración de cómo eran las vidas de los que fueron víctimas de la dictadura franquista, y sin querer, se convierte en un referente para jóvenes como Lola, que sabe «que la única manera de cerrar las heridas del pasado es contarlas». Contar, como explica Román, que «seguimos utilizando el lenguaje de los vencedores. Si aún se sigue llamando ejército nacional al ejército fascista. Y pasamos de la República a la guerra como si no hubiera habido en medio un golpe de Estado el 18 de julio de 1936» o que «después de una dictadura otra dictadura. Nadie elige a los dictadores ni a los reyes»

El personaje de Lola es un grito a la esperanza, como una especie de salvaguarda de la memoria de generaciones presentes y futuras, pero también es la prueba fehaciente de que el fascismo siempre ha estado aquí y es «como si Franco y los de la Falange hubieran sido los buenos y nosotros [dice Angelín] los malos, como si los guardias hubieran tenido la razón para quemarme los dedos sólo porque mi padre se subió al monte porque estaba harto de las palizas que le arreaban en el cuartel»

Alfons Cervera no cesa en denunciar una y otra vez la represión franquista en sus novelas, conferencias y artículos periodísticos exponiendo lo fundamental de lo sucedido en otros lugares de España durante la dictadura.

La mezcla de dolor, rabia y emoción que se siente durante la lectura de El boxeador va in crescendo lo que supondrá para un lector habitual de la obra de Alfons Cervera el reencuentro con personajes que fueron creados hace casi treinta años y por los que han pasado veinte en la ficción; así es más plausible que Angelín, Luciano, Jacinto, Sunta y el propio Román sigan vivos y que se asuma que en la actualidad se está volviendo a imponer la mentira, el olvido, el silencio y el miedo. Y siempre las dudas cuando se habla del exilio: ¿son imposibles los regresos? «Nunca pensé regresar a Los Yesares después de tanto tiempo», dice Román a Lola casi al final del libro. «Pero estarás contento, ¿no?», pregunta ella a modo de respuesta. Y la que a sí mismo se da Román guardando silencio: «La miro con cara de no saber qué contestar»

Alfons Cervera, nos deja claro que adentrase en la memoria nunca es gratuito, el tiempo no siempre lo cura todo y deja cicatrices, Que no vengan con ese cuento de lo felices que éramos cuando teníamos 20 años. Los años son como un desierto, lo dejan todo seco, como los higos extendidos en los cañizos al resol de las mañanas. O el duro retrato que hace de las mujeres del pueblo: Cuando veía a Guadalupe y a otras mujeres con la cabeza rapada, o cómo las obligaban a limpiar la iglesia o las casas de los ricos, pensaba que no son lo mismo los vencedores y los vencidos. Las torturas a las mujeres o hijos de los que se marchaban al monte para unirse a la cuadrilla de Los ojos azules. No sabe esta noche, cuando es una sombra que busca el horno de Manuel, que a Angelín le quemaron en el cuartel las uñas de las manos, cuando se supo que él se había subido con los del monte después de matar al guardia civil.

Aquellos que se marcharon de sus casas abandonando todas sus pertenecías para salvar la vida, el exilio, Una vez me dijo que cuando volvía a Los Yesares era como si volviera al mismo dolor de entonces…

Sunta es ese personaje al que le acabas cogiendo cariño, por su ternura hacia los demás y las reflexiones que te va haciendo: Un día me lo decía Sunta: contar esa fragilidad, al menos eso, es como resguardarla contra esa intemperie despiadada que es el olvido, o algo peor, su más segura inexistencia.

Alfons Cervera, cita en varias ocasiones el exilio, algo que por desgracia sigue siendo actualidad en nuestros días, o la inmigración, yo misma soy nieta de inmigrante, haciendo una reflexión comparativa de los que una vez también tuvieron que marcharse: Llegan de otros países a buscar una vida mejor que la que tienen en sus lugares de origen. Y los recibimos a patadas. En Francia nos llamaban espagnols de merde y ahora llamamos a los que son como nosotros éramos entonces moros de mierda. La memoria es corta. Una selección nada de lo que hemos vivido antes.

Escribir es eso, saber que mientras dure la escritura el tiempo está de nuestra parte. Y de verdad espero que Alfons Cervera siga teniendo el tiempo de su parte.

 

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