“Lluvia de níquel”, de José Luis Muñoz

JESÚS LENS

Cuando el calor arrecia y el viento sahariano nos trae temperaturas superiores a los 40 grados, nada mejor que plantarse bajo el aire acondicionado y devorar un buen libro. Como “Lluvia de níquel” (Real Noir, 2023), de José Luis Muñoz, por ejemplo.

Traigo a colación la novela del salmantino porque comienza, precisamente, con un vendedor de seguros que ha de refugiarse en Las Vegas cuando el coche, recalentado, amenaza con dejarle tirado en el infernal desierto de Nevada, barrido por una espeluznante ola de calor.

Y una vez en Las Vegas, varado, secuestrado por los acontecimientos, convertido en pelele del destino… pues ya se puede intuir lo que pasa. Sólo recuerdo otra novela que transmitiera, con la fuerza con que lo hace ésta, la sensación de vértigo a que el juego arrastra al ludópata: “El jugador” de Dostoievski. La comparación puede parecer aventurada, pero la defenderé con ahínco ante quien sea menester. Porque hacía tiempo que leer un libro no me provocaba la sensación de desasosiego en que esta “Lluvia de níquel” me ha tenido sumido durante el fin de semana.

Hay un momento en que el protagonista intenta escapar, en un rapto de lucidez, de la espiral de autodestrucción en que está sumido; pero en el taller de coches en que ha dejado su Ford Taurus para que se lo arreglen le ponen mil y una pegas para no entregárselo. Se me vino a la mente aquella secuencia de “Casino”, de Martin Scorsese en que un japonés había hecho saltar la banca, jugando a la ruleta y se disponía a volver a su país con varios miles de dólares en su equipaje. El gerente del hotel-casino expoliado se las compuso para no permitir que el avión despegara y el japonés tuviera que volver a sus habitaciones. Y una vez allí, la indomesticable fiebre del juego hizo que la situación contable entre casino y adicto volviera a recomponerse. A favor del casino, por supuesto.

 

 

 

José Luis Muñoz ha conseguido que el calor del desierto se te meta dentro, que te sientas morir cuando la ruleta gira y la bolita va saltando de casilla en casilla o que disfrutes con algarabía cuando un pobre diablo alinea las tres cerezas en una máquina tragaperras que empieza a vomitar, generosamente, una lluvia de monedas que otras decenas de desgraciados han ido depositando en esos ladrones de metal, vampirizadores, chupasangre y roba-almas.

 

Venía tan bien recomendada por los lectores más fiables que cogí la novela con verdadera ansia, temiendo, en mi fuero interno, que luego no fuera para tanto, llevándome un chasco morrocotudo. No fue así. No sólo está a la altura anunciada sino que, para los amantes del juego y la literatura, su lectura es tanto un intenso placer… como un riguroso y adictivo aviso para navegantes.

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