El Desencanto: éramos tan felices

Por Enrique Villaluenga 

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Los días anteriores, habíamos sido felices”, Felicidad Blanc.

La vieja España se descompone en tristezas y penas desde siglos atrás como todos bien sabemos, y no es ello provocado por falta de intelectualidad, miras o perseverancia, sino por una especie de sordidez anclada al tiempo, algo oculto y ajado que mancilla la posibilidad de un futuro encantado, idea que planea sobre todo el metraje del documental dedicado a la familia Panero.

“El Desencanto”, película de culto española dirigida por Jaime Chavarri y estrenada en 1976, un año después de la muerte de Franco, es un perfecto retrato de esa época de Transición, donde la modernidad afloraba en una suerte de «malditismo» que afectaba a todos los jóvenes por igual. Esta generación se encontraba ante los cascotes del hundimiento del Franquismo y el resurgir de una nueva España indefinida. El intelectualismo afloró como una oposición al antiguo Régimen y es por ello que el retrato de esta familia que en un principio podría considerarse aburguesada, es en realidad un valiente gesto de reivindicación y desahogo a través de la desnudez de sus protagonistas ante la cámara.

 La película, que fue concebida como un documental puro de 20 minutos, derivó en una ficción, considerada de esta manera por su director debido al uso de movimientos de cámara, así como por la forma de ser narrada. Comienza de forma flagrante con la imagen amortajada y sellada de la estatua del que fue gran poeta y patriarca de la familia Panero, Luis Panero.

El director, en un gesto compasivo con el poeta debido a la cantidad de improperios que recibe posteriormente y a los que evidentemente no puede contestar, nos muestra así el oculto pesar en torno al cual gira la tristeza y «desencanto» de la familia, o  el fin de raza como ellos así lo denominan:

 

 

El gran acierto de la película son los protagonistas: carismáticos, histriónicos, snob, lunáticos e irremediablemente intelectuales. Su conversación aflora con una fluidez digna de literatos (aunque solo Leopoldo Panero pudo crear una carrera literaria consolidada como tal, superando en esto a su hermano Juan Luis). Jaime Chavarri afirma que ellos mismos son cine, tanto su historia como su persona es amada por la cámara en esos primeros planos que hablan desde la profundidad del alma. Se sienten a gusto delante de ésta y discurren fluidamente de tema a tema, unas veces con una preparación previa evidente y necesaria, y otras con una naturalidad impagable.

Su futuro, que ya pintaba negro en 1979 debido a sus oscuras ideas sobre la vida y su familia, se torna evidente en 1996 cuando Ricardo Franco realizó la continuación del film, Después de tantos años. Continuación digna de ver después de ver la primera parte, para constatar así que sus palabras no eran vanas, y que donde veían tragedias y oscuridad, allí habrían de instalarse.

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Nos encontramos pues una más que interesante obra de personajes reales y pertenecientes a una escala social en la que la verdad sin tapujos no se encuentra bien valorada. Podría considerarse un retrato psicológico de personajes intelectuales. Es un relato intemporal, que a día de hoy sigue interesando al público que accede a ella, y desde aquí, promuevo la recuperación de uno de los grandes hitos modernos en la filmografía de España, que gracias a su visionado, espero ayude a evitar errores repetidos durante décadas en nuestro país y a considerar olvidada esa triste idea del desencanto, aquello que nos ata y hunde en un pasado oscuro y trágico, un error que nadie conoce y que nadie olvida.

ENRIQUE VILLALUENGA

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