DIOSES DORMIDOS EN CHIAPAS

 

 

Cañón del Sumidero, Chiapa de Corzo

Balcón, San Cristóbal de las Casas

DIOSES DORMIDOS EN CHIAPAS
Estábamos de visita en Na Bolon, la Casa del Jaguar, un centro de estudios sobre los indígenas que fundaron una fotógrafa y un antropólogo, y en el patio estaba desayunando un músico norteamericano, Seth Monfort, estaba alojado allí, era experto en Chopin, y yo le dije que Chopin era el músico de mi vida, y él también parecía una creación de Chopin, con su aspecto frágil, hablando en voz baja pero con entusiasmo, sonriendo modestamente, como si fuese una aparición chopiniana.
Y ahora pienso que tal vez toda la ciudad tenía ese toque chopiniano, con sus casas bajas de colores, su ausencia de grandes monumentos, pero sumido todo en una atmósfera llena de encanto, como si todo fueran fragmentos, toques, la catedral con puntillas en la plaza del Zócalo humildemente apasionada, el santuario de Guadalupe en lo alto de unas escaleras, con su cúpula que según Graham Greene parecía “una pompa de jabón sobre una torre”, los pequeños museos, como el del ámbar, los indios dando vueltas por todas partes sin grandilocuencia, con sus mutismos centenarios, pero especialmente en el mercado de Santo Domingo , el hotel El Paraíso donde llegábamos a la habitación a través de un jardín de apasionamiento callado, y tomábamos cerveza bajo las sombras de las hojas con faroles, la iglesia de Santo Domingo de proporciones modestas pero intensas, pero sobre todo las casas bajas de colores, esa calle Guadalupe que llevaba a la montaña, esos patios con jarrones sonrientes, los azules y amarillos desconchados que cantan suavemente, el museo del café que explicaba la explotación y el sufrimiento, los enrejados que tamizaban la luz, las balaustradas, los cipreses solitarios, el quiosco del Zócalo donde al atardecer tocaban los músicos y entristecía la trompeta, incluso los llamados a la rebelión en las paredes, la dignidad y resistencia de los indios por todas partes.
Incluso la gigantesca fuente gótica de Chapa de Corzo, el pueblo mágico cerca de allí, que se considera la fuente más antigua de América, de finales del siglo XV, no tenía grandilocuencia ni prepotencia, sino más bien gracia y capricho, ¿para qué una fuente tan gigantesca en aquel lugar?, y con esos arcos tan abiertos, tenía paradójicamente algo de chopiniano, y hasta me atrevería a decir que el paseo en barca por el Cañón del Sumidero, en el río Grijalva, que en algunos sitios tiene mil metros de profundidad, que podría sugerir grandeza cósmica, o tragedia cuando leemos que los indígenas se arrojaban por el abismo antes que rendirse a los españoles, tiene también algo de Chopin, momentos de intimidad o de misterio, porque nos enseñan cocodrilos dormidos en las orillas hartos de los flashes de los fotógrafos, y figuras extrañas en los acantilados, como un sitio al que llaman el Arbol de Navidad, porque parece un abeto adornado con bombillas, o rostros fugitivos de personas trazados en las rocas, o rocas colgantes y solitarias en sitios inverosímiles, y uno se puede imaginar escuchando el piano en la barca, si puede abstraerse de todos los turistas que solo quieren hacer fotos y no mirar, que preparan posturas colectivas para las fotos en lugar de la autenticidad de lo que salga, a pesar de todo los pensamientos se van a sugerencias en esa inmensidad, el agua está tranquila porque más abajo un gran embalse ha creado un lago gigantesco en el fondo de las montañas verticales, y se oyen susurros y pájaros raros que se asoman entre los árboles, y hierbas minúsculas que no saben de turistas.
Y de vuelta a San Cristóbal de las Casas uno puede de nuevo decir que esta ciudad es una atmósfera, que es una serie de teclas en lugar de ser bombo y platillo como otras ciudades, y está llena de reminiscencias ancestrales que asoman calladas por todas partes, están los dioses dormidos, está la voz de dormida de fray Bartolomé de las Casas que denunció la explotación de los indios y dio su nombre a la ciudad, es una ciudad que reclama todavía sus derechos en medio de su encanto, y se oyen historias sobre los zapatistas, sobre las culturas indias que no han querido ser aplastadas, sobre los seres humanos que resisten a través de los siglos y las humillaciones, late esa resistencia sorda de Chiapas, esa ciudad parece que conserva una gracia fragante, como cuando Graham Greene venía por aquí para escribir sobre un cura borracho en “El poder y la gloria”, una ciudad con toques de misterio y de embrujo en cada esquina y de asomo en cada puerta.

ANTONIO COSTA GÓMEZ
FOTOS : CONSUELO DE ARCO

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