Vidas pasadas, de Celine Song

JOSÉ LUIS MUÑOZ

Los amores perfectos, los que duran, los que jamás se deterioran, son los que no llegaron a consumarse. Se suele idealizar, hasta el éxtasis, sobre lo que no fue y pudo haber sido. Se construyen fantasmas literarios o cinematográficos sobre esas relaciones platónicas que no llegaron más allá de un casto beso o cogerse de las manos. Sobre la locura del amor, su irracionalidad, siempre me remito a una película modélica: Herida de Louis Malle. Allí la pasión abrasa una relación y deja malheridos a sus protagonistas de por vida. Luego todo pasa, y los protagonistas de esas historias sentimentales tan poderosas, que los arrastran, se preguntan a sí mismos si valió la pena ese desgarro emocional. Por eso el platonismo es mejor, para soñar lo que pudo ser.

De todo eso va la primera película de la realizadora coreana Celine Song que reside en Estados Unidos y coincide argumentalmente, aunque no en tono, con la última película de Woody Allen Golpe de suerte, y posiblemente el espectador, cuando la vea y disfrute, tendrá muy presente también la trilogía de Richard Linklater interpretada por Ethan Hawke y Julie Delpy. Nora (Ah Moon) y Hae Sung (Seung Min Yim) son dos niños que comparten vivencias, compiten en sus estudios y juegan en un colegio de Seúl. Cuando la familia de Nora decide emigrar a Canadá, los dos niños entristecen porque el vínculo de amistad, y algo más, se rompe. Nora (Greta Lee), ya adulta, cumple en Canadá su sueño de ser escritora. Seung (Teo Yoo), que no la ha olvidado en todos esos años, consigue localizarla a través de una red social y se prepara para reencontrarse con ella a pesar de que la niña de la que estaba enamorado ya se ha casado con Arthur (John Magano).

Celine Song conduce con delicadeza y sutileza oriental esta filigrana sentimental en tres actos: los escarceos infantiles en Corea hasta la separación de los niños, el reencuentro gracias a las redes sociales (Nora y Hae Sung se ven las caras, después de muchos años, a través de la pantalla) y finalmente el encuentro físico en Estados Unidos. En ese último tramo juega un papel importante Arthur, el marido, que lejos de sentir celos retrospectivos, comprende a su esposa y quiere participar en ese reencuentro sentimental que tan importante es para los protagonistas que llevan veinticuatro años separados. En ningún momento Nora y Hae Sung hablan de lo que pudo ser su vida juntos, ni hacen el menor amago de reiniciar una relación sentimental, pero el espectador sabe que ese fantasma va a perseguir a ambos mientras vivan.

Film exquisito e intimista esta ópera prima de la directora coreana que hace del tiempo el protagonista impalpable de su historia, en donde las miradas y los silencios dicen tanto como los diálogos, y se beneficia, además, de una banda sonora perfectamente adecuada a la imagen de Christopher Bear y Daniel Rossen que roza los sentidos. La película se abre con una imagen de Nora, Hae Sung y Arthur tomando una copa en un bar neoyorquino y siendo observados por un espectador que aventura un comentario con algún tinte racista sobre los tres, y de ahí salta a los tres largos flash backs con que la directora arma su historia de amor. Preciosa, sin paliativos, la escena final, redonda toda la película para los amantes del cine romántico.

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