Furtivos contra señores, de Carlos Fernández Villaverde

JOSÉ LUIS MUÑOZ

Primera novela la de Carlos Fernández Villaverde (Salamanca, 1983) que nos regala a todos los aficionados al género negro la editorial Vencejo Ediciones en su colección Garras Negras. Se nota que maneja bien la información el autor, licenciado en Periodismo y en Humanidades que colaboró en el diario El Mundo y ahora escribe sobre cine, música y literatura, porque Furtivos contra señores, novela tan extensa como ambiciosa, es en realidad tres novelas que abarcan un período de treinta años, tres historias conectadas (Operación Asturcón, Caso Lolitas y Operación Faras) que bien podrían haber sido publicadas por separado, y que hablan de ETA, la Camorra, las cloacas del estado y los poderes fácticos

El mundo de la clandestinidad y de la delincuencia tiene vasos comunicantes y en esa red de intereses se forjan extrañas alianzas, algunas impensables y contra natura, y de ahí parte la novela: La información que manejamos es que parece ser que ETA está haciendo de enlace entre el cartel de Cali y la Camorra de Nápoles para meter la cocaína en Europa, precisamente por Asturias. Terrorismo etarra y Camorra napolitana juntos cuando ETA asesinaba a pequeños narcos en el País Vasco a los que acusaba de desviar a la juventud de su lucha por la independencia: Quería utilizar a ETA como canalizadora entre el cartel de Cali y la Camorra napolitana. La idea era que esta administrase la droga que entraba en Europa proveniente de América, enviada por el cartel, y se la facilitará a la Camorra napolitana para que ellos la distribuyesen.

Carlos Fernández Villaverde crea personajes creíbles —Villanueva se levantó con resaca y desazón. Había bebido desde las once y media de la mañana hasta haber perdido el conocimiento. No recordaba gran cosa de lo que había hecho, solo que se había metido unas cuantas rayas y había acabado con la botella y media que le quedaba de DYC en el armario. —, los describe con solvencia literaria en sus características físicas —La piel tersa y tirante de la parte superior de su crisma ganaba en carnosidad conforme descendía, desembocando en una incipiente papada en la parte delantera y arrebujándose en la nuca, formando varios pliegues sebosos como ocultando lo que algún día fuera un cuello. —, así como los escenarios sórdidos de sus actividades —Dos de los tres lavamanos estaban llenos de papel mojado, anegando el desagüe; el otro estaba cubierto por una bolsa de basura negra, precintado con papel celo y con un folio escrito a mano que decía “fuera de servicio”. La grifería, de pulsador, estaba corroída y oxidada, perdiendo todo brillo, si es que algún día lo tuvo.

Hay violencia seca y muy real en los sanguinarios ajustes de cuentas de la Camorra que tienen lugar en El caso Lolitas, quizá el tramo más interesante de su tríptico: Ricci se acercó a Greco, conectado a un vial de sangre que evitaba que se desangrase y en el que reparó Francesco con incredulidad y agradecido de no ser él el que estuviera en su lugar, y asió un cuchillo que había sobre la mesa. De puntillas, en una imagen patética, le rebanó el cuello de lado a lado, mientras espetaba su ya mítico: “Nadie da por culo a Bruno Ricci”.

El libro forja una ecuación en la que entran con fuerza las cloacas del estado —Sara, este asunto atañe a un exministro del Interior, ¿te crees que sería tan fácil que esto saliera la luz? No tienes ni idea de cómo funcionan las cocinas de este país. Te asombrarías…—. ese estado profundo que no debe dar cuentas a nadie y maneja fondos fuera de todo control y del que nada sabe el ciudadano de a pie: El objetivo de aquellas reuniones era sentar las bases del futuro trato entre la Camorra y los colombianos, una vez se eliminasen Asturias y ETA de la ecuación. La idea original era entrar la droga por Lampedusa, aunque los detalles aún no estaban claros.

La línea que separa al bien del mal es difusa y los servicios secretos de todo el mundo la traspasan haciendo caso omiso a los códigos deontológico y a los ideales democráticos de los que alardean con cínica hipocresía. Lo supimos en España de primera mano con la creación de los GAL por parte del aparato del estado porque fue una chapuza, pero la mayor parte de las veces lo ignoramos porque reina el secretismo más absoluto. Por este tríptico que es Furtivos contra señores corre una figura siniestra llamada Copito de Nieve, el hombre más peligroso para el Estado, un alias que esconde a una persona física o un rol dentro de la organización policial, no llegamos a saberlo. Como en las buenas novelas de espías de John Le Carré, hay pozos insondables.

Ya hacia el final, uno de sus protagonistas hace toda una declaración de principios que justifica su modus operandi: Te sorprenderás gratamente de lo tremendamente parecidos que somos tú y yo en el fondo. Ya te lo dije: estamos en el mismo bando. Somos los que luchan contra la lacra: furtivos contra señores. Por suerte, esta vez me la jugué todo a una carta, tú eres un idealista que aún confía en la bondad del sistema. Yo, por el contrario, soy un descreído que algún día pensó como tú, pero que, a fuerza de toparme una y otra vez con la realidad, me he forjado una suerte de sistema propio, en el que yo soy juez y parte, y hago todo lo que está en mi mano para convertir esta sociedad en algo mejor.

Más de cuatrocientas páginas de excelente literatura es lo que ofrece Carlos Fernández-Villaverde a sus lectores en su ópera prima Furtivos contra señores, desembarco a lo grande en el género negro en donde maridan a la perfección el espionaje, la novela negra y la denuncia social.

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