Como nos manipulan.

Los acerados escribanos que pergeñan discursos para los pastores de hombres, conocen perfectamente que el mensaje dirigido a lo emocional opaca lo racional. Saben que la prédica, enviada directamente a lo límbico, dispara inmediatamente la respuesta emotiva, perjudicando el uso del criterio y el filtro de la racionalidad. El discurso, directamente dirigido al impacto, es avezado en recorrer los parámetros que disparan la respuesta inmediata del ciudadano: los miedos, la lucha o las ancestrales amenazas con que nos castigan una y otra vez. El individuo se encuentra ante miedos preparados en laboratorio, amenazas potenciadas por el dicente y estímulos, sabiamente estudiados, que disparan los radares del receptor. La incertidumbre, el miedo a lo nuevo (neofobia) y lq creación de falsos positivos ante los que debemos defendernos, son la base del los discursos oficiales para manipular al ciudadano.

La polarización es otra de las habilidades de estos Sumos Sacerdotes de la manipulación verbal, que consiguen dirigir hacia posicionamientos adulterados emocionalmente, opacando el criterio y privando de la toma de decisiones mediante la desinformación o la perversión de la información. El último paso llega de la mano del sectarismo y el fanatismo. Cuando el mensaje ha conseguido bloquear todas las defensas racionales del individuo, convirtiéndolo en rebaño, en base a emociones primarias y la segmentación.

Llega entonces el siguiente nivel: la demonización del diferente, del que piensa distinto. De aquellos que no aceptan los parámetros y los dogmas de las nuevas religiones paganas. Apoyándose en la segmentación, las doctrinas obtienen sus acólitos, menospreciando, creando recelos e inventando enemigos imaginarios con los que acentuar las diferencias.

De este modo toda la información que llega al individuo pasa directamente por el tamiz de las nuevas religiones paganas, que ofician sus ceremonias con el boato que requieren las ceremonias. Acólitos, monaguillos y zascandiles varios al servicio de credos dogmáticos e indiscutibles. Anulada la capacidad de criterio, dirigida la atención hacia trivialidades (en lugar de problemas reales), los adeptos se encuentran inermes, desarmados, en manos de hábiles manipuladores, maestros en la falsía y la mentira falaz.

La capacidad para que las masas dirijan la atención hacia lo llamativo, eludiendo asuntos realmente preocupantes, es otro de los signos de los tiempos. La hostilidad como bandera, el ruido que oculta los sonidos, la verborrea que oculta las palabras, la pirotecnia que oculta el mensaje.

El receptor, convertido en adepto, casi a nivel sectario, queda anulado en su capacidad de discernir la realidad, que unicamente le llega a través de mensajes torticeros, manipulados y que utilizan la falacia como sustento.

La omisión de parte de la información y la presentación, unicamente, de los datos que convienen al emisor se ha convertido en el pan nuestro de cada día de la clase política.

La búsqueda del ciudadano vulnerable, de bajo nivel educativo, de la docilidad intelectual es otra de los objetivos más deseados, que siempre vienen acompañadas del victimismo felón y explotan el cansancio de la sociedad ante determinados problemas, aunque no solucionen ninguno.

Sin olvidar una de las más potentes herramientas del imaginario político: la mentira, repetida hasta la saciedad, que se convierte en verdad.

El objetivo es la activación del sistema límbico (preferentemente la amígdala) con frases o hechos que provoquen su activación. En ese instante de bloqueo se produce la respuesta visceral y el ciudadano se transmuta en un ente incapaz de tomar decisiones racionales.

Las técnicas utilizadas son diversas: la falacia anecdótica, el sesgo de anclaje, el efecto de encuadre y un largo etc que trata de sustraer la libertad del ciudadano, de capturar su libertad y su autonomía intelectual.

La batalla contra el Discurso Oficial es una obligación del individuo. Enfrentar lo racional frente a lo sectario, la veracidad frente a la torticera persuasión de quienes quieren manipular el rebaño para su propio beneficio. Derribar los falsos ídolos y condenar al ostracismo a los Sumos Sacerdotes del engaño y la bellaquería ideológica.