Al otro lado del río y entre los árboles, de Paula Ortíz

JOSÉ LUIS MUÑOZ

Falso drama bélico en el que apenas hay sangre ni disparos. Sangre en color, impactante, en un único flashback en un film intimista en blanco y negro rodado casi exclusivamente en una Venecia vacía, lo que tiene aires de distopía. Pero estamos en los años 40, en plena Segunda Guerra Mundial y cuando los norteamericanos ya han desembarcado en las playas de Anzio y empiezan a acorralar a los alemanes. Al otro lado del río y entre los árboles huye de lo estrictamente bélico, aunque tenga una importancia capital en la actitud de su protagonista, para gravitar alrededor de la vida cuando ya no merece ser vivida, la del protagonista, ese coronel curtido de físico hosco llamado Richard Cantwell que perdió a toda su compañía en una emboscada en un río (sentimiento de culpa que lo atormenta) y no para de fumar pese a que el médico, el capitán Wes O’Brien (Danny Huston), le da semanas o días de vida al principio de la película. Fumar y beber de la petaca que siempre lleva, porque Richard Cantwell, desencantado, destruido por dentro por dramas familiares y bélicos, es nada más y nada menos que un alter ego diáfano de Ernest Hemingway, el autor de esta curiosa novela que escribiera el escritor norteamericano como premonición a su propio fin y que la directora española Paula Ortiz (Zaragoza, 1979), tras un proyecto previo frustrado que debería haber dirigido el neocelandés Martín Campbell con Pierce Brosnan y María Valverde, lleva a la pantalla con notable acierto en su tono y forma.

Al otro lado del río y entre los árboles es la historia de una relación platónica entre ese rocoso militar interpretado por Liev Schreiber, al que por fin vemos en un papel protagónico, y la joven taxista acuática Renata (una bellísima y fresca Matilda de Angelis), hija de una aristócrata tronada, la condesa Contarini (Laura Morante), que lo lleva por los canales y le descubre las otras caras de esa ciudad decadente y mortuoria.

 

Ambientes exquisitos en ese hotel viscontiano al que va a parar el militar, con algún destello de Casablanca en las conversaciones con el Gran Maestro (Enzo Cilenti), escenas muy plásticas (ese baile nocturno entre los dos protagonistas en una plaza de San Marcos vacía), fotografía magnífica en formato cuadrado de Javier Aguirresarobe, expresionista cuando el coronel tiene un encontronazo violento con dos camisas negras en un callejón, diálogos existenciales entre el militar y la joven aristócrata que recuerdan a los de los filmes de Michelangelo Antonioni e interpretaciones de primer orden por parte de todos los actores, especialmente por Josh Hutcherson que encarna al soldado Jackson, una especie de niñera del oficial que lo lleva a todas partes en coche y cuida por su salud,   hacen de este film de la española Paula Ortiz , coproducción entre Reino Unido e Italia, y hablada en esos dos idiomas, una pieza exquisita de cine intimista y clásico, de otra época, que se disfruta con la vista y el oído. Hemingway estaría orgulloso de su adaptación.

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