«Gladiator II», de Ridley Scott
JOSÉ LUIS MUÑOZ
A sus 86 años aún hay quien quiere amargar lo que le queda de vida a Ridley Scott (South Shields, 1937), un club de negacionistas de su talento inmenso que no soportan que sea uno de los mejores directores vivos y cuestionan cada una de sus películas: que si hay un exceso de testosterona, que si la sutileza no va con él, que se pasa la historia por el arco del triunfo, etc. Por suerte el británico director de Los duelistas, su primera película y obra maestra, Alien, Blade Runner, 1492, Thelma y Louise, Los Gucci y El último duelo, entre muchas otras, le da exactamente lo mismo lo que digan de él, a esa edad le resbalan las críticas y no pierde tiempo, que es de lo que anda más escaso, para ponerse manos a la obra y regalarnos otra película.
Suele decirse que nunca segundas partes fueron buenas. Con Gladiator Ridley Scott consiguió reverdecer el peplum que la industria de Hollywood había dejado morir, lo mismo que el western, y dio en la diana: una historia potente, una realización a tono con esa narrativa épica, en la que el realizador se siente muy cómodo, y un intérprete, Russell Crowe, en estado de gracia absoluta dieron como resultado un film redondo. La película fue uno de los mayores éxitos de la historia del cine, arrasó en la taquilla, se llevó un buen puñado de estatuillas doradas y se convirtió en alternativa a los héroes idiotas de Marvel y sus innecesarios efectos especiales.
Gladiator 2 tiene el principal inconveniente en la existencia de su predecesora redonda, pero es una película más que aceptable, autentico cine espectáculo que vamos a echar de menos los cinéfilos cuando el señor Scott dé el último suspiro, seguramente en medio de un rodaje. Retuerce el guion el británico para enlazarla con la primera parte —resulta que Lucius (un Paul Mescal, el protagonista de la intimista Aftersun, desatado) es hijo de Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe) cuando en la primera parte ni se rozaba con Lucila (Connie Nielsen)— y abusa de la Inteligencia Artificial en el diseño de algunos de sus monstruos innecesarios —los monos esperpénticos (me preguntó por qué no optó por agresivos mandriles), ese rinoceronte excesivo que parece un tanque (tigres, leones y panteras hubieran sido más vistosos y creíbles) y ese espectáculo marino en el Coliseo con tiburones en la recreación de un combate naval que remite a Piratas del Caribe—. Pero, a pesar de esos fallos incomprensibles en un director de su veteranía, que merman el conjunto del film, Gladiator II cumple con las expectativas que había suscitado y por el que fue creado, es cine espectáculo de primer orden —Ridley Scott acierta siempre en donde pone el objetivo de su cámara—, es épica pura de uno de los directores que mejor filma batallas y luchas cuerpo a cuerpo (ahí está el duelo entre Adam Driver y Matt Damon de El último duelo, insuperable hasta para él mismo) y atesora un sentido de la épica cinematográfica heredada de los grandes directores del pasado (Anthony Mann de La caída del imperio romano de la que Gladiator es un claro remake; William Wyler de Ben Hur) que nadie más que él tiene en la actualidad. Su cine es violento sin caer en lo gore —Lucius decapita, con dos espadas, al gladiador vencido—, alterna momentos épicos —el asalto a las murallas de Numidia recuerda al asalto de Jerusalén en El reino de los cielos— con otros más intimistas y aboga por el héroe solitario que se alza contra la tiranía. Hay quien podrá ver en los esperpénticos emperadores Geta (Joseph Quinn) y Caracalla (Fred Hechinger) los trasuntos de Donald Trump y Elon Musk, y no ande muy desencaminado, y reclame la presencia de un nuevo Lucius para hacer justicia poética en este mundo desnortado que se nos echa encima.
El elenco de actores funciona. La danesa Connie Nielsen, veinte años después, sigue siendo una bellísima Lucila, la hija de Marco Aurelio; el chileno Pedro Pascal, un proteico general Marcus Acacius que se bate con gallardía en el Coliseo contra Lucius, y Denzel Washington, como el manipulador Macrinus, repite con Ridley Scott diecisiete años después de American Gángster. Para los amantes de pasar un buen rato en el cine sin mirar un solo momento el reloj y para los nada escrupulosos con la verdad histórica (Macrinus fue un emperador romano de origen africano, pero en el film de Ridley Scott no pasa de ser un villano con muy corto reinado), que el director británico maltrata sin complejos, Gladiator II es su película, aunque uno siempre se decante por el Stanley Kubrick de Espartaco, pero es que entonces estamos hablando de otra liga, la de los dioses del Olimpo cinematográfico.