«DAU, Natasha», de Ilya Khrzhanovskly y Jekaterina Oertel

JOSÉ LUIS MUÑOZ

DAU, Natasha forma parte del proyecto televisivo DAU, una serie de la que se grabaron más de 700 horas, duró dos años de rodaje y en el set estuvieron aprisionados sus más de doscientos actores para dar vida, eso sí, de una forma ferozmente crítica, a la extinta URSS, un megaproyecto alucinante, a la altura del país que la produjo, y que recomienda como rareza el periodista cultural Marc Muñoz en su muy documentado Universos catódicos de culto, el libro especializado que obligatoriamente deberían leer los seriéfilos de pro.

DAU, Natasha, no es un capítulo más desgajado de la serie central sino una película en sí misma que lleva al espectador a las claves del porqué del fracaso del comunismo en la extinta URSS. A través de las vicisitudes emocionales, laborales y sexuales de la camarera Natasha (una espléndida Natalia Berezhnaya) que trabaja en una cantina que debe servir a los científicos que participan en las jornadas de un proyecto secreto, y su difícil relación con su compañera laboral más joven Olga (Olga Schkabarnja), con la que llega literalmente a las manos, los directores Ilya Khrzhanovskly y Jekaterina Oertel nos llevan a ese infierno de burocracia, control absoluto y violencia opresiva en que derivó la revolución rusa que fue degenerando hacia el estalinismo primero y la gerontocracia obsoleta después, y no es que haya mejorado, sino todo lo contrario, en la nueva era Putin el país más grande del mundo.

Ambientada en los años 50, en el apogeo de la guerra fría entre las dos grandes potencias, DAU, Natasha, como la serie de la que ha sido desgajada, es un experimento cinematográfico en el que el espectador, sin apenas cortes temporales, asiste como voyeur privilegiado a una brutal borrachera que uno llega a sospechar que no es ficción, que no es agua sino vodka lo que beben los actores, a una sorprendente escena de sexo real sin trampas entre la protagonista Natasha y el físico francés Luc (Luc Bigé) —acostándose con un europeo ingenuamente la camarera sueña con escapar de su entorno opresivo, pero el lance sexual es simplemente fruto de una borrachera épica— y a una sesión de tortura psicológica y física estremecedora de la protagonista a manos del enorme agente de la KGB Azhippo (Vladimir Azhippo) cuya sola presencia ya aterroriza. En una de las escenas claves se puede ver a Natasha, medio desnuda ante su torturador, escribiendo al dictado de él una serie de documentos por los que se compromete a informar sobre las conductas de los científicos del proyecto secreto, que firma en su presencia. Puedo hacerle una pregunta, le dice ella, y no me matará por ello.  Sería absurdo matarla por una pregunta cuando puedo matarla por nada, es la respuesta del carcelero torturador que cambia constantemente de registro a lo largo de su “trabajo”, de violento y desagradable a amable (le ofrece vodka y comida) y conciliador para desconcertar más a su víctima.

DAU Natasha, una coproducción del 2020 entre Rusia, Ucrania, Alemania, Reino Unido, Suecia y Francia, es un filme profundamente ideológico que habla de la degeneración del comunismo, la ablación de la libertad, la anulación del individuo, la exaltación del informante, el reinado de los mediocres e ineficaces y ese Gran Hermano orwelliano que lo controlaba absolutamente todo, hasta las relaciones sexuales, y anulaba la más pequeña disidencia y dio paso abruptamente a ese capitalismo que reina en la Rusia actual, salvaje y sin reglas, en el que los capitostes comunistas se convirtieron automáticamente en oligarcas y mafiosos. ¿Peor? Simplemente diferente.

DAU, Natasha, y la serie por extensión de la que es su piloto, rodada cámara en mano bajo los principios del Dogma inventado por Lars Von Trier (no hay banda sonora, los actores improvisan y utilizan en la ficción sus nombres reales, se rueda cámara al hombro sin interrupciones, los barridos forman parte de su narrativa cinematográfica, se prescinde del montaje), con sus daños colaterales para el espectador que eso comporta y con su carga añadida de brutal veracidad, es cine experimental del bueno no apto para todos los estómagos. Ilya Khrzhanovskly y Jekaterina Oertel parecen haber bebido en la radicalidad del cine de los austriacos Michael Haneke o Ulrich Seidl y en el feísmo corporal de los desnudos de Lucien Freud. La pueden ver en Filmin y es toda una experiencia que habla muy bien de la vigencia rompedora de la cinematografía rusa.